TL G. MAX
Había una vez en una ciudad bulliciosa y vibrante muy parecida a la Ciudad de México, un pitbull gigante de color cafe con manchas negras que deambulaba por las calles. Su nombre era Max, y su tamaño y apariencia llamaban la atención de todos. Max era un perro amigable y cariñoso, pero su imponente figura y las manchas negras en su pelaje hacían que muchos se sintieran intimidados.
Cada mañana, Max paseaba por los parques, mercados y avenidas de la ciudad. La gente se detenía en seco al verlo pasar, susurrando entre ellos y tomando fotografías. Algunos niños se acercaban tímidamente, y Max, con su naturaleza dulce, siempre les respondía con un movimiento de cola y lamidas amistosas.
Un día, mientras Max caminaba cerca del parque Chamultepec, una familia que disfrutaba de un picnic lo vio. La familia estaba compuesta por los padres, Laura y Pedro, y sus dos hijos, Sofía y Juan. Los niños quedaron maravillados al ver a Max y corrieron hacia él, riendo y llamándolo.
—¡Mira, mamá! ¡Qué perro tan grande y hermoso! —exclamó Sofía.
Laura y Pedro se acercaron con cautela, pero pronto se dieron cuenta de que Max era un gigante gentil. Max se tumbó en el césped, permitiendo que los niños lo acariciaran y jugasen con él.
—Parece que no tiene dueño —dijo Pedro, observando a Max con curiosidad—. ¿Deberíamos llevarlo a casa?
Laura sonrió, viendo cómo sus hijos reían y jugaban con el enorme pitbull. Max parecía feliz y contento, disfrutando de la compañía de la familia.
—Creo que sería una gran adición a nuestra familia —respondió Laura, acariciando la cabeza de Max.
Decidieron llevar a Max a casa. En el camino, la gente se giraba para mirar, sorprendidos de ver a un perro tan grande paseando con la familia. Algunos incluso se acercaron para preguntar sobre él, y Pedro explicaba con orgullo cómo habían decidido adoptarlo.
Una vez en casa, Max se adaptó rápidamente. Tenía un gran jardín para correr y jugar, y recibía mucho amor y atención de Sofía y Juan. La familia se encargó de llevarlo al veterinario para asegurarse de que estaba sano y feliz.
Con el tiempo, Max se convirtió en una figura conocida en el barrio. La gente se acostumbró a ver al gigantesco pitbull cafe con manchas negras paseando con la familia. Max, con su corazón bondadoso y su naturaleza amigable, se ganó el cariño de todos.
Y así, en esa ciudad tan parecida a la CDMX, un pitbull gigante encontró su hogar y una familia que lo amaba. Max vivió feliz, rodeado de cariño y siempre causando asombro y sonrisas a donde quiera que fuese.
Comentarios
Publicar un comentario